Las estaciones nº47 Colección Leonardo

Viciana Editorial
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Las estaciones de la colección Leonardo

En la Antigüedad, la idea del tiempo y su paso se basaba en la alternancia del día y la noche, es decir, del retorno de La Luz después de la oscuridad, y viceversa. Pero la repetición de los hechos naturales se manifiesta de forma más completa a través del cambio de las estaciones que conjuntamente forman el año (del latín annus, palabra que remite a anulas, “anillo”, que es la forma de la circularidad por excelencia). El tiempo natural es un tiempo cíclico, que se identifica con el florecer y el marchitarse de la vegetación, y con el ciclo reproductivo de las especies animales. 

El carácter cíclico de las estaciones, como señalaba Hesiodo en 700 a.C. en su poema titulado Los trabajos y los días, marca un elemento fundamental en la vida de la naturaleza, en el trabajo de la tierra y en la navegación. Observar y conocer la alternancia de las estaciones era ante todo, tanto en la literatura como en el arte, estaba íntimamente relacionada con las actividades y los productos típicos de cada estación. Por tanto, no es sorprendente que la representación de las estaciones haya encontrado desde muy temprano una forma de expresión en la alegoría. En la cultura griega, las estaciones estaban personificadas en las Horas, llamadas Talo, Auto y Carpo, cuyos nombres remiten al ciclo de la vegetación que brota, crece y da frutos. Había también otras divinidades asociadas a las estaciones, como Proserpina para la primavera, y Ceres para el verano, o bien animales (el carnero, asociado con la primavera, el león con el verano, el toro, con el invierno, y por ultimo la serpiente que al moderes la punta de la cola y cerrarse en un círculo ose convierte en Uróburos, símbolo del tiempo cíclico). 

Vides, sarmientos, pámpanos, racimos de uva y el dios Baco son motivos inconográfico relacionados con el otoño, frecuentes en cerámicas, mosaicos y bajorrelieves del arte griego, retomados por el arte romano que confluyen en el arte paloecrisitiano, tal y como atestiguan los altorrelieves del sarcófago de Junio Basso, perfecto del Pretoria, que murió en 359 d.C., o las vivas escenas de la vendimia, realizadas en mosaico, de la bóveda del deambulatorio septentrional de Santa Constanza en Roma (siglo IV d.C.).

En la Edad Media, entre los siglos XII y XVI, sobre todo en el norte de Italia, el año tambien esta representado por el ciclo de los meses que corresponden a varias de las tareas agrícolas: la siega y la trilladora en junio y julio, la vendimia en septiembre, la siempre en octubre, la matanza del cerdo en noviembre o en diciembre, y el corte de la leña en enero. Estos ciclos los encontramos en los códices miniados, en los tapices y frescos, en los releves de las iglesias románicas, entre las que destaca la obra del Maestro de los meses de Ferrara (Museo de la Catedral, 1230 ca.).

En la escena de paisaje tambien encontramos signos distintivos de evidente interpretación alegórica: brotes, flores, animales, jóvenes entretenidos en juegos de connotación erótica son alusivos de la primavera; una mujer ardiente (la diosa Tierra del Ara Pacis - Altar de La Paz - de Augusto), la cornucopia con su abundancia de frutos y dones de la tierra así como tambien la espiga de trigo, símbolo de la fecundidad, son propios del vernos; la fruta, la vid, la hiedra y el símbolo de Libra del zodiaco caracterizan el otoño; la nieve y los arboles sin hojas remiten inevitablemente al invierno.

Así, cuando el bienestar permite prestar atención a la naturaleza sin pensar en el trabajo, obedeciendo solo a lo estético, la representación de un jardín, locus amoenus (lugar idílico) por excelencia, con su variedad de plantas y arboles frutales, alegrado por la presencia de pájaros multicolores, sugiere la idea de la primera, tal y como parece en el fresco de la llamada Villa de Livia en Roma (siglo I d.C.), realizado con la técnica de pinceladas rápidas, casi impresionista. 

No solo los vinos distintivos evocan la idea de las estaciones, sino que tambien el contraste cromático y la intensidad de La Luz pueden identificar a las estaciones. Pensemos, por ejemplo, en los espléndidos mosaicos del mausoleo de Gala Plácida en Rávena (siglo V d.C.): en el tímpano del muro de la entrada, que representa al Buen Pastor, el paisaje bucólico, adornado con plantas y flores, remite aún a la tradición helenístico-romanas, y la luminosidad de la escena esta controlada por el juego de colores, por lo que los tonos fríos, como los verdes y azules, se ven apagados por la introducción de algunas táselas amarillas y rojas, de tonos cálidos, y viceversa. 

Si pensamos en Giotto, que eso primeros en liberarse de la influencia bizantina para retomar al arte clásico, cuyos contenidos esenciales son la naturaleza y la historia, el pasaje adquiere un carácter concreto. En su San Francisco predicando a los pájaros, en la iglesia Superior de San Francisco, en Asis, el azul del cielo aísla la copa de los árboles y las abundantes hojas verdes se asemejan a la realidad. Tiempo atmosférico, vegetación y pájaros son elementos que conforman una visión optimista del mundo, que se manifiesta con fuerza en la primavera. Además será el mismo Giotto quien en otro ciclo de frescos, en la capilla del os Scrovegni en Padua, representa un paisaje con tonos claro y luminosos, con un cielo de calor azul intenso y árboles frondosos y verdes en las escenas que apare Jesus, en un ápice de su vida humana, como cuando resucita a Lázaro o entre en Jerusalén, mientas que para las escenas dramáticas opta por un cielo denso y cargado, que pesa sobre los personajes, un ambiente rocoso y árboles desnudos y secos. Parece que les pasan de la primavera al frío invierno de la muerta. 

No es casual que en el Renacimiento, una época de renovada fe en las capacidades del hombre, la primavera encuentre en Boticelli (1445-1510) un tiene-rete excepcional, que esconde la complejidad de los significados alegóricos, de origen neoplatónico, detrás de una agradable bosquecillo, de una pradera en flor y de figuras femeninas armoniosas en los que fluyen líneas sinuosas y los paisajes de un color a otro son sumamente delicados. 

En el Cinquecento, con Tiziano, desaparece el elemento alegórico, la naturaleza incluida por el tiempo atmosférico y por el ciclo de las estaciones se representa mediante zonas de color, de luces y de sombras, que varían constante en su densidad y transparencia, mientras que los elementos de paisaje, nubes y follaje se caracteriza por su manera de reaccionar ante La Luz. El lombardo Giuseppe Arcimboldo (1530 ca.-1593), exponente del Manierismo, juega con los elementos de la naturaleza y en sus extraños retratos se propone subrayar la relaciona indisoluble entre el hombre y la naturaleza: en su Primavera, la figura humana está formada por flores y plantas, mientras que en el Invierno, por raíces de árboles. Su arte está influido tambien por los pintores flamencos, depositarios de un mundo de imágenes no clásico y de corte a menudo grotesco. La dinastía de los Brueghel, entre los siglos XVI y XVII, produce una cantidad de las obras impresionante, entre las que destacan los bodegones y los paisajes nevados. Por la representación casi táctil de los ambientes invernales, recordemos las dos versiones de Los cazadores en la nieve de Pieter Brueghel El Joven, retomadas de un cuadro de Brueghel El Viejo, y Paisaje nevado con trampa de pájaros (1605) del mismo autor,

Pero será con el Romanticismo, en Inglaterra y en Alemania, cuando se afirma una nueva sensibilidad por la naturaleza, y los paisajes representados suelo ser los habituales de esos países. El ingles J.M.W. Turner (1775-1851) con El Naufragio representa la fuera del maduraste una tormenta, mientras que el alemán C.D. Friedrich (1774-1840) expresa su obsesión por el paso del tiempo reflejado en el ciclo de las estaciones en su cuadro Roble en la nieva de 1829 (Nationalgalerie, Berlín).

Al impresionista francés Claude Monet (1840-1926), cultor de la pintura en plein air (el aire libre), no le interesa tanto la pintura del tema en sí, sino el cambio del tema en diferentes situaciones de luz. De ahí que se sienta tan atraigo por la producción de series. Por ejemplo, entre 1890 y 1891 Monet crea 15 lienzos que representan parvas de heno en los alrededores de Giverny en los diferentes cambios de estación. Entre 1892 y 1894 realiza 31 lienzos dedicados a la catedral de Juan en diferentes momentos del día, desde el mancera hasta el atardecer y de febrero a a abril Su interés por los efectos de la percepción visual, que se debe a la síntesis de luz y color, lo volvemos a encontrar en la serie de los Chopos en la ribera del río Este y en la aun mas famosa de los Nenúfares del estanque de Giverny, que supera al Impresionismo. 

Influido por los impresionistas, el holandés Vicent Van Gogh (1853-1890) se traslada al sur de Francia y se inspira en el paisaje provenzal. . fascinado por la fuerte luz del lugar, crea un arte muy personal, de gran fuerza expresiva, en la que predomina la libertad en el uso del color. Sin renunciar jamas a la relación con el modelo, Van Gogh no reproduce una naturaleza de forma realista, sino que expresa su interpretación de la primavera con Albaricoquero en flor, del verano con Amanecer sobre campo de trigo, Campo de trigo con cuervos, Campo de trigo bajo un cielo tormentoso, o del otoño con La Viña roja, de tal manera de expresar la esencia misma de la estación representada. 

El recorrido de las estaciones se puede cerrar simbólicamente con un cuadro de Giuseppe Pelliza da Volpedo, terminado en 1901, al comienzo del nuevos siglo que fue a su vez el último del milenio. La obra de la escuela divisionista se titula idilio primaveral y curiosamente bien un formato redondo que permite a la idea de tiempo cíclico. La luminosidad del cielo, los niños que juegan despreocupados y los árboles en flor lanzan un mensaje claro y alegre de crecimiento y renacimiento. 

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