Los niños nº44 Colección Leonardo

Viciana Editorial
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Los niños de la colección Leonardo

¿Cuál fue el primer retrato de un niño? Es una pregunta que despierta nuestra curiosidad y para la que es difícil encontrar una respuesta. Podemos afirmar que desde la Antigüedad el niño fue objeto de representación, pero la falta de consideración por su individualidad, aún no plenamente desarrollada, no contribuyó a que fuera un tema de representación autónomo y relevante.

En el Antiguo Egipto, sobre todo en la época más arcaica, se paliaba la dificultad de diferenciar la representación del niño de la del adulto recurriendo a signos convencionales, como el dedo en la boca, o un mechón de pelo sobre la oreja derecha.

El arte griego clásico dio como fruto la figura del amorcillo, el pequeño Eros, bella representación de un niño regordete que por lo general aparece en mármoles, como por ejemplo en el celebérrimo “Irene y Plutón” de Cefisodoto. Pero será durante el periodo helenístico, época caracterizada por un repliegue hacia el mundo de los afectos, cuando aumentará el interés por el niño como objeto de representación autónoma. Es el cado del “Niño de la oca”, obra de Boeto de Calcedonia.

En Roma, la imagen de la loba que amamanta a los pequeños Rómulo y Remo representa la fuerza de su origen. Pero la representación de los niños será esencialmente de dos tipos: el niño como miembro de la familia y futuro ciudadano (de la mano de la madre; más mayor, vestido con la túnica junto al padre o asistiendo a clase en la escuela) y el niño como amorcillo, con una función puramente decorativa y ornamental o aplicado a las tareas más variadas (amorcillos que tiran al blanco, que corren sobre bigas, que producen aceite, floristas, orfebres vendimiadores, etc.). Esta representación iconográfica está muy presente en los frescos pompeyanos.

Y será precisamente a partir del modelo del amorcillo que los artistas góticos en los primeros tiempos del cristianismo crearon la figura del querubín, el grácil angelillo al que se le ven sólo la cara y las alas, en quién se inspiraron los pintores y escultores italianos del Quattrocento y del Cinquecento, en pleno Renacimiento, para representar al amorcillo y en particular al Niño por excelencia, el Niño Jesús.

La Iglesia, sumamente potente en aquellos tiempos, encargaba obras de tema religioso y no de los temas más representados era el de la Maternidad de la Virgen. A la figura femenina de María estaba asociada la del niño Jesús, retratado sentado o de pie en las rodillas de su madre, por lo general desnudo, durmiendo o tomando el pecho, separado del seno de su madre para mirar a su alrededor o bien acariciándolo. El arte renacentista, con el estudio de la anatomía y el redescubrimiento del mundo antiguo, se orienta cada vez más hacia un tipo de representación realista. En las representaciones de carácter sagrado en las que aparecen niños se destacarán, para recordar a los mejores, Giotto, Beato Angelico, Sandro Botticcelli, Filippino Lippi, Luca Signorelli, Andrea Mantegna y su alumno Vittore Carpaccio. Pero será Pietro Vannucci, llamado el Perugnio, maestro de Rafael, quien perfecciono la figura del niño Jesús, mediando entre lo divino y lo real para crear una figura humana que se acerca a lo divino. Posteriormente Rafael Sanzio se alejó de la búsqueda de lo trascendente para encontrarlo en las formas contingentes de la naturaleza. Tras descartar la necesidad de una indumentaria suntuosa, guardadas y dorados para representarla escena divina de sus personajes, el pintor de Urbino se abocó a reproducir la belleza del niño en la elegancia vivaz de sus movimientos, típicamente infantiles, y en la dulzura del rostro. Innumerables son los rostros de niños que retrató Rafael, así como vastísimo el repertorio de sus movimientos: un niño trepándose para coger una ramita, inclinando la cabeza, tocándose un pié, gateando, subido a una oveja y sonriendo feliz. He aquí una rápida lista de algunas de las obras rafaelianas en los que aparecen niños, admirablemente retratados: la “Madonna del Gran Duque”, la “Madonna del jilguero”, la Mondanna dell’impannata”, así llamada por la presencia de una ventana empañada.

Se dice que los niños retratados por Rafael tienen influencia de >Leonardo da Vinci. Es verdad que las figuras son parecidas, pero Leonardo supera la simplicidad y la inocencia para alcanzar una representación más compleja, uniendo a la perfección de su conocimiento anatómico un arte extraordinario. Pongamos un ejemplo famoso, “ La Virgen de las rocas”, en la que la pose natural de la mano del niño Jesús y la intensidad de la mirada de San Juanito, expresan una concepción diferente del arte una percepción distinta de la naturaleza, más allá del parecido iconográfico con las figuras de Rafael. Para Leonardo el arte es la búsqueda de la realidad visible y cada uno de los aspectos de la realidad manifiesta la totalidad de lo real. La sensación de equilibrio perfecto que emanan sus figuras refleja esta armonía profunda con la naturaleza que genera un nuevo ideal de belleza.

Miguel Angel Buonarrotti también representó en sus pinturas y esculturas a niños, tanto la figura de Jesús como la de amorcillos, que parecieran casi sostener la cúpula de la Capilla Sixtina. En la representación del desnudo infantil se interesó por el aspecto anatómico, con particular atención en las contracciones de los músculos y tendones, creando así un niño gimnástico, un pequeño Hércules.

En lo respecta al Renacimiento, plagado de figuras artísticas de gran relevancia, además de las obras religiosas por encargo, se desarrolló también el género del retrato por encaro, en los que aparecían niños pertenecientes a familias ilustres. En el Quattorocento Mantenga fue un activo retratista de la corte de Mantua, y en un fresco realizado en la Cámara de los Esposos del Palacio Ducal, pintó con mucha fidelidad a los tres hijos de Ludovico II Gonzaga, de edades diferentes. Durante el Cinquecento, el gran pintor Tiziano también se dedicó al retrato y realizó algunos muy vitales, poniendo especial cuidado en captar la situación en la que se encontraba la figura más que en los detalles de la figura en sí misma. Como ejemplos de retratos de niños realizados por Tiziano remitámonos al de “Clarissa Strozzi”, de unos cuatro años, representada de pie acariciando a un perrito, de mirada vivaz, cabellos ensortijados y un vestido largo, de mujer. Bronzino hizo del retrato su campo privilegiado y trabajó como tal en la cote de los Medici desde 1539. Su finalidad era fijar la figura social de sus modelos, reconstruir a la persona en su manera de ser en una sociedad refinada más que su aspecto físico y psicológico. Los retratos de los hijos legítimos e ilegítimos de Cosimo I pueden considerarse entre los más bellos de la familia Medici y se pueden admirar en la Galería de los Uffizi de Florencia. Durante los siglos XVI y XVII los artistas italianos tienen a darle mayor impulso al arte del retrato, sobre todo algunos pintores boloñeses como Carraccio que privilegiaron el motivo del amorcillo cumpliendo una función ornamental, a menudo ambientados en contextos mitológicos. Este motivo, el del amorcillo rollizo y rosado fue ampliamente desarrollado por Tiepolo.

Pero será en el siglo XVII español cuando se llegará a la cima, en particular gracias a las obras de Diego de Velásquez que definió la figura del niño de la forma sobria y sincera, tanto en los retratos de la monarquía reinante como al pintar a su numerosa familia. Su alumno, Bartolomé Esteban, llamado Murillo, se reveló como un retratista emocionantemente realista al retratar a los niños pobres del pueblo.

En este rápido listado no podemos dejar de mencionar a dos pintores de la escuela flamenca de los siglos XVI y XVII: Peter Paul Rubens, pintor de niños desnudos caracterizados por la redondez de sus formas y delicados tonos de rosa, y Antón Van Dyck, que dibujó con un profundo sentido psicológico y gusto refinado a los hijos de la aristocracia inglesa e italiana. Entre los pintores holandeses del siglo XVII que se dedicaron al retrato de niños se destaca Rembrandt, que retrató a sus hijos y a los niños de las familias ilustres con un arte que se inspiraba en la concepción de la historia como experiencia vivida.

En Francia el retrato de niños empezó a Fraçois Clouet en el siglo XVI, uno de los pintores e la corta a quien Caterina de Medici, una apasionada del genero, le quería encargar un retrato de sus hijos. Estos retratos, sumamente realistas a la hora de representar las facciones y el estado de salud de los niños, son bastante convencionales en cuanto a las poses, actitudes y ambientaciones, siguiendo una tendencia que se prologaría también en los siglos siguientes.

En el arte inglés del siglo XVIII, el retrato, que fue su más alta expresión, represento a niños y jóvenes, con ropa simple y en contextos campestres. Buenos retratistas de niños fueron también Thomas Gainsborough, Sir Joshua Reynolds, Henry Raeburn, Thomas Lawrence y George Rommey.

Sería difícil continuar nuestro estudio del retrato de niños hasta la actualidad debido tanto a la enorme diversificación de movimientos pictóricos como a la falta de interesa particular por el niño como elemento iconográfico. Sin embargo no queremos dejar de evocar la obra de un gran maestro, Pablo Picasso que represento a los niños con gran efecto y ternura, tanto en el caso de desconocidos (como la “Niña con paloma” de 1901 o del “retrato de niño vestido de Pierrot” de 1922), como en el caso de sus hijos (como “Pablo vestido de Arlequín”, de 1924, o “Maya con muñeca” de 1938) o en los hijos de amigos (“Familia Soler”, de 1903).

También aparece el tema de la maternidad, tanto en obras de clara influencia cubista (como en “Madre e hijo” de 1921) como otras en que se llega a la descomposición figurativa (como en “Maternidad sobre fondo blanco” de 1953). Picasso consigue expresar este tema con un fuerte sentido de verdad, consciente de que el niño, centro de los afectos, encierra en sí el secreto del nacimiento y de la vida.

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